el autor original es Michał “rysiek” Woźniak
traducción por Carlos Solís
(y por qué esto no necesariamente es algo malo)
ACTUALIZACIÓN: sentidas gracias a Carlos Solís por la traducción al español. ¡Gracias!
Resumen
Cada día parece que adquirimos nuevas formas — más rápidas, mejores, más convenientes — de compartir información; y hoy día casi todo puede ser información: de software que opera las supercomputadoras más rápidas, pasando por conjuntos de datos del tamaño de terabytes, codiciados por la ciencia, a obras de arte digitalizadas. Todo disponible en forma de bytes, listo para copiar y compartir. Esta revolución digital no es compatible con los modelos de negocio de antaño, y sus benefactores luchan de vuelta vehementemente.
¿Es esta la mejor estrategia? Modelos de negocio nuevos, emergentes, que toman en cuenta estas vastas oportunidades para compartir parecen sugerir lo contrario.
Reseña histórica
Cuando el Acta de Licenciamiento de la Prensa de 1662 expiró en 1695, la Honorable Compañía de Imprenteros y Periódicos — recordada más brevemente por la historia como la Stationers’ Company — se halló sin el monopolio garantizado por el estado sobre la imprenta, que impulsó su florecimiento durante las décadas anteriores. Sabiendo muy bien que los autores mismos no podrían publicar obras por su propia cuenta, ya que eso requeriría una significante inversión en infraestructura de imprenta, la Stationers’ Company inventó la (para entonces muy revolucionaria) noción que resuena en cada debate sobre derechos de autor hasta nuestros días: el derecho inherente de los autores a sus obras.
Este argumento fue tan poderoso que llevó directamente a la sanción en 1710 del Estatuto de la Reina Ana y la creación de la ley de derechos de autor de la forma que nos es familiar hoy.
Justo como en ese entonces, hoy este argumento es aún utilizado como un instrumento para proteger el sustento no solamente de los autores, sino de los editores. Los intermediarios.
Piedras Angulares del Conocimiento Humano
Discutiblemente, la habiliad que tuvo la mayor influencia en la historia humana es la habilidad de comunicarse. Durante milenios la raza humana la perfeccionó, con pocas invenciones que brindara un cambio real, cualitativo en su velocidad y precisión. Cada uno de esos inventos fue seguido por grandes saltos intelectuales, culturales y sociales — y represión política.
Inventar el habla permitió a nuestros ancestros transferir conocimiento directamente, cooperar mejor en grupo, intercambiar ideas — de las muy rudimentarias del amanecer del hombre, a grandes constructos intelectuales que casi se perdieron en el tiempo. También encendió nuestra habilidad de pensar en abstracto y operar por medio de lógica.
El siguiente gran salto fue la invención de la escritura. Inmensamente importante, proveyó la necesidad de preservar los constructos intelectuales hechos posibles por el habla. Esto llevó a la edad dorada de la filosofía, los primeros registros históricos, la literatura y la poesía. En cierta forma, permitió comunicarse a través del tiempo — grandes pensamientos podían enviarse a través de años, décadas y más allá, simplemente conservándolos por escrito.
La imprenta trajo la palabra escrita a las masas, y en efecto desenraizó la estructura social y económica de la Europa feudal, llevando finalmente a las democracias de la era moderna. Bajando los costos de crear múltiples copias y diezmando el tiempo necesario para la creación de una sola copia, las ideas podían desplegarse más rápida y precisamente que nunca antes — más personas podían costearse el tener sus pensamientos escritos y diseminados, más gente podía costearse el poseer un libro. La palabra escrita dejó de ser el dominio de la élite dominante.
Hoy, Internet y la tecnología digital bajaron esos costos aún más, dramáticamente; permitió la transferencia casi sin costo de información alrededor del mundo y la creación instantánea de copias perfectas. Lo que era un proceso difícil, complicado, arduo y propenso a errores hace apenas un par de décadas está hoy al alcance del clic de un botón.
Tecnología disruptiva
No sabemos qué pasó con el habla, pero todas las demás invenciones fueron vistas como disruptivas y tropezaron con resistencia al momento de su introducción.
Sócrates se rehusó a escribir sus conceptos proclamando que la escritura es dañina a la memoria del autor, y a los conceptos mismos. La imprenta fue reprimida y restringida por la Iglesia y la monarquía, porque fue vista (muy aptamente, como el ejemplo de Lutero muestra) como una herramienta de gran potencial revolucionario.
Hoy, nadie disputa la importancia y el valor de estos inventos, y cuán instrumentales fueron para el desarrolo científico, social y económico de la humanidad. Los intentos tempranos de frenar su uso, de ejercer control sobre ellos y con qué fines — como el infame Index Librorum Prohibitorum — son con justo derecho llamados censura y vistos como detrimento.
De todos modos, incluso con tales lecciones históricas, nos vemos atrapados en debates sobre cuán peligrosa es Internet y sobre formas de limitarla por parte de los porteros de antaño.
Demonio en la Red
Los argumentos traídos en contra de una Internet sin censura son muchos y pueden categorizarse someramente en:
- objeciones morales a cierto contenido (por ejemplo pornografía, contenido antireligioso),
- peligros supuestos a la sociedad provenientes de ciertos tipos de contenido (por ejemplo críticas a los gobernantes, grupos de oposición, nazismo, discursos de odio),
- infracciones percibidas a los derechos de aquellos privilegiados en ese entonces (este argumento, por obvias razones, no suele ser expresado en público).
Notablemente, todas estas categorías estaban presentes en la narrativa europea anti-imprenta de siglos atrás. El Index fue creado como medida para imponer normas oficiales morales y sociales de esos tiempos, su creación siendo alegada como necesaria para evitar el rompimiento de las sociedades expuestas a escritos “subversivos”, mientras que al mismo tiempo actuaba como herramienta de control continuamente ejercido por la Iglesia— control que era hasta la fecha ejercido por un monopolio de facto sobre la verdad, imposible de mantener en la era de la imprenta.
En este artículo quisiera enfocarme en la última categoría de argumentos contra una Internet libre de censura.
Tecnología contra ley
La actual ley de derechos de autor (o copia) desciende directamente del Estatuto de la Reina Ana; esto es aparente incluso en su propio nombre: establece las reglas bajo las cuales las copias de obras se pueden realizar y quién tiene el derecho a realizarlas. Creado en tiempos donde imprimir era un proceso difícil, que requería recursos y mano de obra, apuntando (como aún lo hace hoy) a proteger la inversión de los editores — y otros intermediarios.
De los editores, no los autores: la ley de derechos de autor fue creada solamente cuando el negocio de publicaciones emergió; antes de la llegada de la imprenta y la necesidad de talleres de impresión no había necesidad de una ley de derechos de autor, y por tanto ninguna existía. Sin ningún método rápido y exacto de copiar una obra de arte (incluido un libro), no había necesidad de proteger los derechos a la misma — los libros y otras obras de arte se trataban justo como objetos regulares: vendidos, trocados, etcétera, sin discusión alguna sobre los “derechos del autor”.
El complicado proceso de impresión también significó que era de hecho posible ejercer eficientemente control sobre los talleres de impresión — las imprentas debían ser compradas, se requería personal capacitado, todo esto podía controlarse grandemente.
Hoy la ley de derechos de autor se sigue usando aún para defender el negocio de los intermediarios. Sin embargo, lo que siglos atrás se visionaba como la protección de una industria emergente y útil, hoy paraliza la innovación, defendiendo innecesariamente modelos anticuados de negocio. Esto deriva de unos cuantos cambios cruciales que la tecnología digital trajo:
- copiar es casi carente de esfuerzo y costo, requiere casi nula proeza técnica, y produce copias exactas, perfectas, indistinguibles de la “original”;
- la distribución alrededor del globo, apenas el trabajo está en forma digital, es también casi carente de esfuerzo y costo;
- las herramientas necesarias para poder copiar y distribuir están en abundancia y son fáciles de usar.
La ley de derechos de autor se basa en suposiciones (la copia intensiva en recursos; la distribución problemática; la censura factible) que ya no aplican. Los modelos tradicionales de negocio basadas en esta son, por tanto, también anticuados y aún más difíciles de mantener. Los intermediarios se vuelven gradualmente obsoletos, mientras cada uno de los autores es capaz de publicar autónomamente y llegar a sus fanáticos directamente.
Sin embargo, en vez de buscar nuevos modelos que sí funcionen dentro de este nuevo marco tecnológico, los intermediarios de antes — compañías de imprenta tradicional, medios y entretenimiento — impulsan una ley de derechos de autor más estricta, aún más imposición.
Esto está en contra tanto de la tecnología como de la sociedad, que trata ya la cultura del compartir como la norma, al mismo tiempo que pone en jaque modelos mergentes de producción financiera de obras culturales y poniendo en peligro obras ya publicadas.
De “piratas” y fanáticos
Nótese por favor: el término “pirata” en este contexto particular es un acto de abuso del idioma; descargar contenido de Internet, incluso sin permiso de los titulares del derecho de autor, es legal en algunas jurisdicciones (por ejemplo Polonia), incluso si publicarlo no lo es.
Como han demostrado estudios alrededor del mundo, los mayores fanáticos también tienden a descargar la mayor cantidad de contenido de Internet. Una correlación entre cifras crecientes del así llamado “contenido ilegal” descargado mediante nuevos canales de distribución electrónica (como las redes de par a par) y supuestos beneficios decrecientes de las compañías de medios no ha sido comprobada, sin embargo.
Al contrario: los reportes de ganancias anuales de las mayores compañías de entretenimiento parecen sugerir lo contrario — sus beneficios evidentemente suben a la par de la cantidad de “contenido ilegal” descargado alrededor del mundo.
Incluso hay una visible correlación entre la cantidad de contenido descargado ilegalmente de un artista particular y las ganancias por venta del artista — aunque no es claro si hay alguna causación presente, y en cuál dirección. Esto puede, sin embargo, significar que las redes de par a par, además de ser supuestamente perjudiciales para las cifras de ventas, podrían ser de hecho un buen medio de mercadeo.
Promoción a Par
Esto ya se está utilizando como una base de modelos emergentes de negocio. El notorio sitio de torrentes The Pirate Bay ha decidido trabajar con artistas que están dispuestos a tomar parte en un experimento — y lanzó The Promo Bay: en vez del logo del sitio, visible para millones de visitantes cada día, se promueve un nuevo artista y álbum.
Es una nueva ventura y es difícil determinar su viabilidad a largo plazo, pero ya hay varios artistas participantes que reportan un aumento en el interés — y las ganancias.
La estrategia de “mercadeo por compartición” se verifica a sí misma, sin embargo — el género musical brasileño de la Tecnobrega prospera tratando los CDs grabados en estudios locales como material de promoción, vendido a precio simbólico o simplemente regalado gratis. Compartir en Internet no está siendo desaconsejado ya que el dinero se hace en fiestas con sistemas de sonido en vivo y miles de participantes, cobrando la entrada y vendiendo grabaciones del acto en vivo tras la fiesta.
En vez de luchar contra la tecnología y las normas sociales, la industria de la Tecnobrega toma ventaja de las posibilidades técnicas de copia y distribución fáciles para vender algo que no puede ser copiado fácilmente: la emoción del concierto en vivo, y las memorias de ello.
Vender lo que no puede ser copiado
Aunque no está relacionado musicalmente con la Tecnobrega, los organizadores del Przystanek festival Woodstock de Polonia siguen una ruta similar Este, el mayor festival de aire libre de música y cultura de Europa (complaciendo los gustos de más de 400.000 fanáticos de la música cada año) no cobra entrada de admisión del todo — sin embargo, uno puede coprar grabaciones y mercancía hechas profesionalmente cada año.
La mercancía y los costos de admisión a conciertos son excelentes ejemplos de un modelo de negocio compatible con la cultura digital de compartir, pero hay aún más cosas con qué ganar dinero que estas. Resulta ser que los fanáticos pagarán buen dinero por la pura emoción de saber que ayudaron a hacer su espectáculo o álbum favorito posible.
Esta es la idea detrás de la financiación en masa, o “crowdfunding” — pedir a gente normal, no a los grandes medios, por dinero directo, para que la producción pueda comenzar. Así es como Pioneer One fue fundada. Así fue como el programa de red social de código abierto Diaspora obtuvo su primer impulso. Fanáticos y personas que simplemente les agradaba la idea colaboraron con unos cuantos dólares para hacer esos — y muchos más — proyectos posibles. Ambos fueron lanzados bajo licencias abiertas (Creative Commons y AGPL, respectivamente).
De hecho, este método de recibir paga por trabajar apoya varios proyectos de software libre/de código abierto y de cultura libre. La clave aquí es hacer las donaciones tan fáciles, y el producto resultante tan útil y placentero de experimentar o usar, como sea posible — esto, de hecho, impulsa a tales proyectos a usar términos de licencia libre. Términos que son completamente compatibles con la cultura del compartir.
Un giro interesante en esa idea particular es el Humble Indie Bundle. Mezclando los rasgos de donaciones fáciles y máxima libertad de uso tras la compra con recolectas de fondos conocidas de campañas políticas, ONGs o últimamente Wikipedia (un ejemplo interesante por sí mismo), y con una causa honorable, los operarios del HIB reúnen juegos independientes en un “paquete” y realizan una recolecta de fondos de dos semanas.
Cada cliente puede colocar su propio monto que pagar por el mismo, y puede ajustar cuánto del dinero se comparte entre los desarrolladores del juego, operarios del HIB y dos ONGs notables. En retorno, cada cliente recibe juegos que funcionan en todos los sistemas operativos principales (incluyendo los basados en Linux, de código abierto), no limitados con el pesado DRM usado por los grandes editores de juegos para “proteger” sus juegos de ser compartidos ilegalmente.
Este modelo ya se está copiando, por ejemplo por la empresa de nueva creación Music Rage, haciendo recolectas promocionales similares para bandas de música independientes.
Modelos más inclusivos
También digno de mencionar, y usualmente ignorado por los comentaristas, es el hecho de que con muchos de los anteriores modelos (en específico: aquellos en que el comprador/fundador elige su propio precio/cantidad), los artistas y autores son capaces de recibir pagos de grupos de ingreso que serían excluidos en modelos tradicionales.
Con un CD que cuesta un monto fijo muchos no decidirán comprarlo: el cliente potencial no recibirá la obra, ni el autor el dinero, incluso si el cliente, de hecho, estuviera dispuesto a pagar solamente un poco menos.
Y viceversa — de decidir el cliente que quisiera recompensar al autor más que el precio fijo, esto también es imposible (salvo comprando un segundo álbum).
Este no es el caso con estos modelos flexibles. Porque la copia y distribución es prácticamente sin costo, los autores pueden dejar que los clientes ajusten sus precios, y así complacer a los dos grupos anteriores.
Ellos pueden, de hecho, incentivar a los clientes más acaudalados a hacer pagos más generosos por servicios adicionales, como la inclusión de su nombre en los créditos de cierre en caso de un filme (nuevamente, Pioneer One es un ejemplo aquí).
Los intermediarios paralizan la innovación de la industria
Los intermediarios tradicionales — editores, grandes conglomerados de medios, agencias de gestión — están intentando revertir el progreso tecnológico para salvar modelos antiguos, fracasados e insostenibles, construidos sobre abstracciones que ya no tienen lugar. Haciendo esto están activamente dañando modelos emergentes de negocio que son compatibles tanto con la tecnología como con las normas sociales que ya están en su lugar.
Hace un siglo no se veía como apropiado sancionar leyes que defendieran a los fabricantes de coches de caballos de la competición de los fabricantes de automóviles. La tecnología se movió hacia adelante, y así lo hizo la industria afectada — eso era visto como un proceso natural.
En este artículo espero haber demostrado la viabilidad de algunos ejemplos de modelos emergentes de negocio que toman ventaja de la tecnología disponible. No creo que sean los únicos modelos posibles, ni que estos sean los mejores modelos concebibles.
Yo, de hecho, mantengo que probablemente hay otros y mejores modelos para el futuro. Sin embargo, a menos que dejemos de estorbar y detener el progreso tecnológico y de negocio en el nombre de suposiciones pasadas de moda, podríamos nunca hallarlos.
Este artículo ha aparecido en una publicación revisada por pares: “Innovating innovation. Essays on the intersection of information science and innovation” (Warsaw 2013, ISBN:978-83-925759-8-6) editada por el Dr. Bruno Jacobfeuerborn y publicada por la MOST Foundation.
este articulo esta bajo licencia Creative Commons
CC-By-SA
el autor original es Michał “rysiek” Woźniak
traducción por Carlos Solís
(y por qué esto no necesariamente es algo malo)
ACTUALIZACIÓN: sentidas gracias a Carlos Solís por la traducción al español. ¡Gracias!
Resumen
Cada día parece que adquirimos nuevas formas — más rápidas, mejores, más convenientes — de compartir información; y hoy día casi todo puede ser información: de software que opera las supercomputadoras más rápidas, pasando por conjuntos de datos del tamaño de terabytes, codiciados por la ciencia, a obras de arte digitalizadas. Todo disponible en forma de bytes, listo para copiar y compartir. Esta revolución digital no es compatible con los modelos de negocio de antaño, y sus benefactores luchan de vuelta vehementemente.
¿Es esta la mejor estrategia? Modelos de negocio nuevos, emergentes, que toman en cuenta estas vastas oportunidades para compartir parecen sugerir lo contrario.
Reseña histórica
Cuando el Acta de Licenciamiento de la Prensa de 1662 expiró en 1695, la Honorable Compañía de Imprenteros y Periódicos — recordada más brevemente por la historia como la Stationers’ Company — se halló sin el monopolio garantizado por el estado sobre la imprenta, que impulsó su florecimiento durante las décadas anteriores. Sabiendo muy bien que los autores mismos no podrían publicar obras por su propia cuenta, ya que eso requeriría una significante inversión en infraestructura de imprenta, la Stationers’ Company inventó la (para entonces muy revolucionaria) noción que resuena en cada debate sobre derechos de autor hasta nuestros días: el derecho inherente de los autores a sus obras.
Este argumento fue tan poderoso que llevó directamente a la sanción en 1710 del Estatuto de la Reina Ana y la creación de la ley de derechos de autor de la forma que nos es familiar hoy.
Justo como en ese entonces, hoy este argumento es aún utilizado como un instrumento para proteger el sustento no solamente de los autores, sino de los editores. Los intermediarios.
Piedras Angulares del Conocimiento Humano
Discutiblemente, la habiliad que tuvo la mayor influencia en la historia humana es la habilidad de comunicarse. Durante milenios la raza humana la perfeccionó, con pocas invenciones que brindara un cambio real, cualitativo en su velocidad y precisión. Cada uno de esos inventos fue seguido por grandes saltos intelectuales, culturales y sociales — y represión política.
Inventar el habla permitió a nuestros ancestros transferir conocimiento directamente, cooperar mejor en grupo, intercambiar ideas — de las muy rudimentarias del amanecer del hombre, a grandes constructos intelectuales que casi se perdieron en el tiempo. También encendió nuestra habilidad de pensar en abstracto y operar por medio de lógica.
El siguiente gran salto fue la invención de la escritura. Inmensamente importante, proveyó la necesidad de preservar los constructos intelectuales hechos posibles por el habla. Esto llevó a la edad dorada de la filosofía, los primeros registros históricos, la literatura y la poesía. En cierta forma, permitió comunicarse a través del tiempo — grandes pensamientos podían enviarse a través de años, décadas y más allá, simplemente conservándolos por escrito.
La imprenta trajo la palabra escrita a las masas, y en efecto desenraizó la estructura social y económica de la Europa feudal, llevando finalmente a las democracias de la era moderna. Bajando los costos de crear múltiples copias y diezmando el tiempo necesario para la creación de una sola copia, las ideas podían desplegarse más rápida y precisamente que nunca antes — más personas podían costearse el tener sus pensamientos escritos y diseminados, más gente podía costearse el poseer un libro. La palabra escrita dejó de ser el dominio de la élite dominante.
Hoy, Internet y la tecnología digital bajaron esos costos aún más, dramáticamente; permitió la transferencia casi sin costo de información alrededor del mundo y la creación instantánea de copias perfectas. Lo que era un proceso difícil, complicado, arduo y propenso a errores hace apenas un par de décadas está hoy al alcance del clic de un botón.
Tecnología disruptiva
No sabemos qué pasó con el habla, pero todas las demás invenciones fueron vistas como disruptivas y tropezaron con resistencia al momento de su introducción.
Sócrates se rehusó a escribir sus conceptos proclamando que la escritura es dañina a la memoria del autor, y a los conceptos mismos. La imprenta fue reprimida y restringida por la Iglesia y la monarquía, porque fue vista (muy aptamente, como el ejemplo de Lutero muestra) como una herramienta de gran potencial revolucionario.
Hoy, nadie disputa la importancia y el valor de estos inventos, y cuán instrumentales fueron para el desarrolo científico, social y económico de la humanidad. Los intentos tempranos de frenar su uso, de ejercer control sobre ellos y con qué fines — como el infame Index Librorum Prohibitorum — son con justo derecho llamados censura y vistos como detrimento.
De todos modos, incluso con tales lecciones históricas, nos vemos atrapados en debates sobre cuán peligrosa es Internet y sobre formas de limitarla por parte de los porteros de antaño.
Demonio en la Red
Los argumentos traídos en contra de una Internet sin censura son muchos y pueden categorizarse someramente en:
Notablemente, todas estas categorías estaban presentes en la narrativa europea anti-imprenta de siglos atrás. El Index fue creado como medida para imponer normas oficiales morales y sociales de esos tiempos, su creación siendo alegada como necesaria para evitar el rompimiento de las sociedades expuestas a escritos “subversivos”, mientras que al mismo tiempo actuaba como herramienta de control continuamente ejercido por la Iglesia— control que era hasta la fecha ejercido por un monopolio de facto sobre la verdad, imposible de mantener en la era de la imprenta.
En este artículo quisiera enfocarme en la última categoría de argumentos contra una Internet libre de censura.
Tecnología contra ley
La actual ley de derechos de autor (o copia) desciende directamente del Estatuto de la Reina Ana; esto es aparente incluso en su propio nombre: establece las reglas bajo las cuales las copias de obras se pueden realizar y quién tiene el derecho a realizarlas. Creado en tiempos donde imprimir era un proceso difícil, que requería recursos y mano de obra, apuntando (como aún lo hace hoy) a proteger la inversión de los editores — y otros intermediarios.
De los editores, no los autores: la ley de derechos de autor fue creada solamente cuando el negocio de publicaciones emergió; antes de la llegada de la imprenta y la necesidad de talleres de impresión no había necesidad de una ley de derechos de autor, y por tanto ninguna existía. Sin ningún método rápido y exacto de copiar una obra de arte (incluido un libro), no había necesidad de proteger los derechos a la misma — los libros y otras obras de arte se trataban justo como objetos regulares: vendidos, trocados, etcétera, sin discusión alguna sobre los “derechos del autor”.
El complicado proceso de impresión también significó que era de hecho posible ejercer eficientemente control sobre los talleres de impresión — las imprentas debían ser compradas, se requería personal capacitado, todo esto podía controlarse grandemente.
Hoy la ley de derechos de autor se sigue usando aún para defender el negocio de los intermediarios. Sin embargo, lo que siglos atrás se visionaba como la protección de una industria emergente y útil, hoy paraliza la innovación, defendiendo innecesariamente modelos anticuados de negocio. Esto deriva de unos cuantos cambios cruciales que la tecnología digital trajo:
La ley de derechos de autor se basa en suposiciones (la copia intensiva en recursos; la distribución problemática; la censura factible) que ya no aplican. Los modelos tradicionales de negocio basadas en esta son, por tanto, también anticuados y aún más difíciles de mantener. Los intermediarios se vuelven gradualmente obsoletos, mientras cada uno de los autores es capaz de publicar autónomamente y llegar a sus fanáticos directamente.
Sin embargo, en vez de buscar nuevos modelos que sí funcionen dentro de este nuevo marco tecnológico, los intermediarios de antes — compañías de imprenta tradicional, medios y entretenimiento — impulsan una ley de derechos de autor más estricta, aún más imposición.
Esto está en contra tanto de la tecnología como de la sociedad, que trata ya la cultura del compartir como la norma, al mismo tiempo que pone en jaque modelos mergentes de producción financiera de obras culturales y poniendo en peligro obras ya publicadas.
De “piratas” y fanáticos
Nótese por favor: el término “pirata” en este contexto particular es un acto de abuso del idioma; descargar contenido de Internet, incluso sin permiso de los titulares del derecho de autor, es legal en algunas jurisdicciones (por ejemplo Polonia), incluso si publicarlo no lo es.
Como han demostrado estudios alrededor del mundo, los mayores fanáticos también tienden a descargar la mayor cantidad de contenido de Internet. Una correlación entre cifras crecientes del así llamado “contenido ilegal” descargado mediante nuevos canales de distribución electrónica (como las redes de par a par) y supuestos beneficios decrecientes de las compañías de medios no ha sido comprobada, sin embargo.
Al contrario: los reportes de ganancias anuales de las mayores compañías de entretenimiento parecen sugerir lo contrario — sus beneficios evidentemente suben a la par de la cantidad de “contenido ilegal” descargado alrededor del mundo.
Incluso hay una visible correlación entre la cantidad de contenido descargado ilegalmente de un artista particular y las ganancias por venta del artista — aunque no es claro si hay alguna causación presente, y en cuál dirección. Esto puede, sin embargo, significar que las redes de par a par, además de ser supuestamente perjudiciales para las cifras de ventas, podrían ser de hecho un buen medio de mercadeo.
Promoción a Par
Esto ya se está utilizando como una base de modelos emergentes de negocio. El notorio sitio de torrentes The Pirate Bay ha decidido trabajar con artistas que están dispuestos a tomar parte en un experimento — y lanzó The Promo Bay: en vez del logo del sitio, visible para millones de visitantes cada día, se promueve un nuevo artista y álbum.
Es una nueva ventura y es difícil determinar su viabilidad a largo plazo, pero ya hay varios artistas participantes que reportan un aumento en el interés — y las ganancias.
La estrategia de “mercadeo por compartición” se verifica a sí misma, sin embargo — el género musical brasileño de la Tecnobrega prospera tratando los CDs grabados en estudios locales como material de promoción, vendido a precio simbólico o simplemente regalado gratis. Compartir en Internet no está siendo desaconsejado ya que el dinero se hace en fiestas con sistemas de sonido en vivo y miles de participantes, cobrando la entrada y vendiendo grabaciones del acto en vivo tras la fiesta.
En vez de luchar contra la tecnología y las normas sociales, la industria de la Tecnobrega toma ventaja de las posibilidades técnicas de copia y distribución fáciles para vender algo que no puede ser copiado fácilmente: la emoción del concierto en vivo, y las memorias de ello.
Vender lo que no puede ser copiado
Aunque no está relacionado musicalmente con la Tecnobrega, los organizadores del Przystanek festival Woodstock de Polonia siguen una ruta similar Este, el mayor festival de aire libre de música y cultura de Europa (complaciendo los gustos de más de 400.000 fanáticos de la música cada año) no cobra entrada de admisión del todo — sin embargo, uno puede coprar grabaciones y mercancía hechas profesionalmente cada año.
La mercancía y los costos de admisión a conciertos son excelentes ejemplos de un modelo de negocio compatible con la cultura digital de compartir, pero hay aún más cosas con qué ganar dinero que estas. Resulta ser que los fanáticos pagarán buen dinero por la pura emoción de saber que ayudaron a hacer su espectáculo o álbum favorito posible.
Esta es la idea detrás de la financiación en masa, o “crowdfunding” — pedir a gente normal, no a los grandes medios, por dinero directo, para que la producción pueda comenzar. Así es como Pioneer One fue fundada. Así fue como el programa de red social de código abierto Diaspora obtuvo su primer impulso. Fanáticos y personas que simplemente les agradaba la idea colaboraron con unos cuantos dólares para hacer esos — y muchos más — proyectos posibles. Ambos fueron lanzados bajo licencias abiertas (Creative Commons y AGPL, respectivamente).
De hecho, este método de recibir paga por trabajar apoya varios proyectos de software libre/de código abierto y de cultura libre. La clave aquí es hacer las donaciones tan fáciles, y el producto resultante tan útil y placentero de experimentar o usar, como sea posible — esto, de hecho, impulsa a tales proyectos a usar términos de licencia libre. Términos que son completamente compatibles con la cultura del compartir.
Un giro interesante en esa idea particular es el Humble Indie Bundle. Mezclando los rasgos de donaciones fáciles y máxima libertad de uso tras la compra con recolectas de fondos conocidas de campañas políticas, ONGs o últimamente Wikipedia (un ejemplo interesante por sí mismo), y con una causa honorable, los operarios del HIB reúnen juegos independientes en un “paquete” y realizan una recolecta de fondos de dos semanas.
Cada cliente puede colocar su propio monto que pagar por el mismo, y puede ajustar cuánto del dinero se comparte entre los desarrolladores del juego, operarios del HIB y dos ONGs notables. En retorno, cada cliente recibe juegos que funcionan en todos los sistemas operativos principales (incluyendo los basados en Linux, de código abierto), no limitados con el pesado DRM usado por los grandes editores de juegos para “proteger” sus juegos de ser compartidos ilegalmente.
Este modelo ya se está copiando, por ejemplo por la empresa de nueva creación Music Rage, haciendo recolectas promocionales similares para bandas de música independientes.
Modelos más inclusivos
También digno de mencionar, y usualmente ignorado por los comentaristas, es el hecho de que con muchos de los anteriores modelos (en específico: aquellos en que el comprador/fundador elige su propio precio/cantidad), los artistas y autores son capaces de recibir pagos de grupos de ingreso que serían excluidos en modelos tradicionales.
Con un CD que cuesta un monto fijo muchos no decidirán comprarlo: el cliente potencial no recibirá la obra, ni el autor el dinero, incluso si el cliente, de hecho, estuviera dispuesto a pagar solamente un poco menos.
Y viceversa — de decidir el cliente que quisiera recompensar al autor más que el precio fijo, esto también es imposible (salvo comprando un segundo álbum).
Este no es el caso con estos modelos flexibles. Porque la copia y distribución es prácticamente sin costo, los autores pueden dejar que los clientes ajusten sus precios, y así complacer a los dos grupos anteriores.
Ellos pueden, de hecho, incentivar a los clientes más acaudalados a hacer pagos más generosos por servicios adicionales, como la inclusión de su nombre en los créditos de cierre en caso de un filme (nuevamente, Pioneer One es un ejemplo aquí).
Los intermediarios paralizan la innovación de la industria
Los intermediarios tradicionales — editores, grandes conglomerados de medios, agencias de gestión — están intentando revertir el progreso tecnológico para salvar modelos antiguos, fracasados e insostenibles, construidos sobre abstracciones que ya no tienen lugar. Haciendo esto están activamente dañando modelos emergentes de negocio que son compatibles tanto con la tecnología como con las normas sociales que ya están en su lugar.
Hace un siglo no se veía como apropiado sancionar leyes que defendieran a los fabricantes de coches de caballos de la competición de los fabricantes de automóviles. La tecnología se movió hacia adelante, y así lo hizo la industria afectada — eso era visto como un proceso natural.
En este artículo espero haber demostrado la viabilidad de algunos ejemplos de modelos emergentes de negocio que toman ventaja de la tecnología disponible. No creo que sean los únicos modelos posibles, ni que estos sean los mejores modelos concebibles.
Yo, de hecho, mantengo que probablemente hay otros y mejores modelos para el futuro. Sin embargo, a menos que dejemos de estorbar y detener el progreso tecnológico y de negocio en el nombre de suposiciones pasadas de moda, podríamos nunca hallarlos.
Este artículo ha aparecido en una publicación revisada por pares: “Innovating innovation. Essays on the intersection of information science and innovation” (Warsaw 2013, ISBN:978-83-925759-8-6) editada por el Dr. Bruno Jacobfeuerborn y publicada por la MOST Foundation.
este articulo esta bajo licencia Creative Commons
CC-By-SA
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