La secuencia de acontecimientos que ha terminado prácticamente con el exilio de Alex Jones y su página, InfoWars, de la práctica totalidad de los canales de difusión en la web es, a falta de culminarse con la más que probable expulsión de su app de la Play Store de Android, un momento interesante para plantear algunas reflexiones sobre la estructura de la red en la que, desde hace ya tiempo, basamos una parte creciente de nuestra actividad.
El pasado 24 de julio, YouTube eliminó cuatro vídeos publicados por InfoWars por considerar que infringían sus políticas de uso, suspendió su capacidad para emitir contenido en vivo, y dio su primera advertencia o strike al canal. Tras esa primera acción, el número de plataformas que tomaron acción contra Alex Jones y sus contenidos no ha dejado de crecer, al tiempo que lo ha hecho también la severidad de las medidas al pasar de advertencias y bloqueos temporales, a cierres definitivos. El 27 de julio, Facebook suspendió el perfil de Alex Jones durante 30 días, y eliminó los mismos videos que YouTube. El 5 de agosto, Apple eliminó cinco podcasts de Infowars, y también lo hizo Spotify. Un día después, el 6 de agosto, las medidas de Facebook se hicieron definitivas al eliminar cuatro páginas relacionadas con Alex Jones por apología de la violencia y del discurso del odio. Ese mismo día, YouTube eliminó completamente el canal de InfoWars. Además, Mailchimp expulsó también a Alex Jones por hateful conduct, lo que le obligo a buscar otro servicio para enviar sus newsletters, Amazon eliminó las recomendaciones a su línea de supuestos “productos de supervivencia” que le proporcionaban una fuente de ingresos. Twitter, que inicialmente había rechazado tomar acción alguna, suspendió sus cuentas durante dos semanas tras una intensa presión mediática destinada a probar violaciones del código de conducta de la compañía y, finalmente, eliminó las cuentas de Alex Jones e InfoWars tras la retransmisión vía Periscope de un encuentro con un periodista y anunció que trataría de cerrar todas las cuentas nuevas que pudiese intentar abrir. Para rematar, el pasado día 8, Apple excluyó a la app de InfoWars de su App Store, que había crecido rápidamente en seguimiento y se había convertido en uno de los pocos canales que le quedaban para comunicarse con sus seguidores.
Contrariamente a lo que el propio Jones y muchos aparentemente pensaban, toda esta oleada de medidas no han servido para hacerle más popular, sino todo lo contrario: su alcance se ha visto seriamente disminuido, y su potencial para esparcir conspiranoias y odio se ha reducido. En este momento, Jones puede recurrir al alcance orgánico de su página web y a su app para Android, que también podría pronto unirse a las medidas tomadas por otros canales y dejar a los seguidores de Jones ante la tesitura de instalarse la app sin pasar por el Play Market. La situación recuerda mucho lo sucedido con el panfleto neonazi The Daily Stormer en agosto de 2017, cuando fue primero expulsado de su dominio por GoDaddy, posteriormente, por Google y, tras tratar de refugiarse en un dominio ruso que fue ha igualmente cancelado pocos días después, vio cómo Cloudflare, el proveedor de servicios de DNS, de protección y de distribución de contenidos más importante de la red, le retiraba asimismo sus servicios.
Sin ánimo de plantear aquí una discusión sobre el tipo de contenidos que deben ser excluidos de la web o sobre la conveniencia de respetar la libertad de expresión de tipos tan intolerantes y tan poco recomendables como Alex Jones o publicaciones como The Daily Stormer, la pregunta es clara: ¿cuántas personas u organizaciones tienen que ponerse de acuerdo para lograr prácticamente excluir a una persona de un ámbito como la web? Realmente, si Larry Page, Mark Zuckerberg, Tim Cook y unos pocos más se ponen de acuerdo, la condena al ostracismo puede convertirse en verdaderamente eficiente. La situación recuerda a lo que ocurre en países como China, en los que una sola decisión basta para convertir un sitio en inaccesible, y se aleja de las concepciones originales de descentralización y ausencia de censura que tenía internet en sus orígenes.
En este sentido, me han parecido muy interesantes las reflexiones del Decentralized Web Summit celebrado en San Francisco entre el 31 de julio y el 2 de agosto con la asistencia, entre otros, de Tim Berners-Lee. Los defensores de la llamada web descentralizada o DWeb proponen construir una web mejor basada en la descentralización, en la que los usuarios puedan comunicarse sin tener que depender de grandes empresas que acumulen sus datos con ánimo de lucro y faciliten, además, las acciones de vigilancia y censura de los gobiernos o de otros agentes. La diferencia estaría en el desarrollo de un protocolo diferente basado en la conectividad punto a punto, en donde cada ordenador no solo solicita servicios, sino que también los proporciona, protocolos que identificarían los contenidos no en función de dónde están, sino de lo que son. Esa orientación al contenido sería similar a los esquemas P2P, y haría posible que los sitios web y los archivos se almacenasen y pasasen de muchas formas de ordenador en ordenador, en lugar de confiar siempre en un solo servidor como el conducto para el intercambio de información.
Una alternativa de este tipo nos volvería a acercar a la idea de una web imposible o mucho más difícil de censurar, gracias a la idea de un control completamente distribuido. El problema, claro está, es que esa misma cualidad tiene aspectos buenos, pero también potencialmente malos, derivados de la dificultad de generar sistemas de gobernanza. Sabiendo como sabemos que la web puede ser explotada y sometida a abuso para fines que van desde la subversión de la democracia hasta la exaltación del odio o de la intolerancia, ¿es conveniente descentralizar para acabar teniendo una estructura que impide prácticamente todo control? El idealismo de los primeros años de la web ha dado paso a un escepticismo que plantea hasta qué punto es conveniente crear estructuras que, en principio, renuncien a todo control, y permitan la expresión sin límites del ser humano, con lo mejor, pero también indudablemente con lo peor que puede llegar a crear.
Técnicamente, es muy posible que una web completamente descentralizada y distribuida pueda llegar a convertirse en realidad, y de hecho, ya hay bastantes aplicaciones y desarrolladores trabajando en ello. Es muy posible que, como ocurre habitualmente con la tecnología, la discusión sobre su idoneidad sea estéril, porque dados los condicionantes adecuados, no sea posible impedir que sea creada. Pero desde un punto de vista filosófico, conociendo las consecuencias de lo que hemos visto surgir en varias décadas de uso de la web… ¿es recomendable? ¿Cómo están evolucionando las ideas libertarias que surgieron tras el inicio de la popularización de la web, ante la aparición de malos actores dispuestos a explotar precisamente su ausencia de control?
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La secuencia de acontecimientos que ha terminado prácticamente con el exilio de Alex Jones y su página, InfoWars, de la práctica totalidad de los canales de difusión en la web es, a falta de culminarse con la más que probable expulsión de su app de la Play Store de Android, un momento interesante para plantear algunas reflexiones sobre la estructura de la red en la que, desde hace ya tiempo, basamos una parte creciente de nuestra actividad.
El pasado 24 de julio, YouTube eliminó cuatro vídeos publicados por InfoWars por considerar que infringían sus políticas de uso, suspendió su capacidad para emitir contenido en vivo, y dio su primera advertencia o strike al canal. Tras esa primera acción, el número de plataformas que tomaron acción contra Alex Jones y sus contenidos no ha dejado de crecer, al tiempo que lo ha hecho también la severidad de las medidas al pasar de advertencias y bloqueos temporales, a cierres definitivos. El 27 de julio, Facebook suspendió el perfil de Alex Jones durante 30 días, y eliminó los mismos videos que YouTube. El 5 de agosto, Apple eliminó cinco podcasts de Infowars, y también lo hizo Spotify. Un día después, el 6 de agosto, las medidas de Facebook se hicieron definitivas al eliminar cuatro páginas relacionadas con Alex Jones por apología de la violencia y del discurso del odio. Ese mismo día, YouTube eliminó completamente el canal de InfoWars. Además, Mailchimp expulsó también a Alex Jones por hateful conduct, lo que le obligo a buscar otro servicio para enviar sus newsletters, Amazon eliminó las recomendaciones a su línea de supuestos “productos de supervivencia” que le proporcionaban una fuente de ingresos. Twitter, que inicialmente había rechazado tomar acción alguna, suspendió sus cuentas durante dos semanas tras una intensa presión mediática destinada a probar violaciones del código de conducta de la compañía y, finalmente, eliminó las cuentas de Alex Jones e InfoWars tras la retransmisión vía Periscope de un encuentro con un periodista y anunció que trataría de cerrar todas las cuentas nuevas que pudiese intentar abrir. Para rematar, el pasado día 8, Apple excluyó a la app de InfoWars de su App Store, que había crecido rápidamente en seguimiento y se había convertido en uno de los pocos canales que le quedaban para comunicarse con sus seguidores.
Contrariamente a lo que el propio Jones y muchos aparentemente pensaban, toda esta oleada de medidas no han servido para hacerle más popular, sino todo lo contrario: su alcance se ha visto seriamente disminuido, y su potencial para esparcir conspiranoias y odio se ha reducido. En este momento, Jones puede recurrir al alcance orgánico de su página web y a su app para Android, que también podría pronto unirse a las medidas tomadas por otros canales y dejar a los seguidores de Jones ante la tesitura de instalarse la app sin pasar por el Play Market. La situación recuerda mucho lo sucedido con el panfleto neonazi The Daily Stormer en agosto de 2017, cuando fue primero expulsado de su dominio por GoDaddy, posteriormente, por Google y, tras tratar de refugiarse en un dominio ruso que fue ha igualmente cancelado pocos días después, vio cómo Cloudflare, el proveedor de servicios de DNS, de protección y de distribución de contenidos más importante de la red, le retiraba asimismo sus servicios.
Sin ánimo de plantear aquí una discusión sobre el tipo de contenidos que deben ser excluidos de la web o sobre la conveniencia de respetar la libertad de expresión de tipos tan intolerantes y tan poco recomendables como Alex Jones o publicaciones como The Daily Stormer, la pregunta es clara: ¿cuántas personas u organizaciones tienen que ponerse de acuerdo para lograr prácticamente excluir a una persona de un ámbito como la web? Realmente, si Larry Page, Mark Zuckerberg, Tim Cook y unos pocos más se ponen de acuerdo, la condena al ostracismo puede convertirse en verdaderamente eficiente. La situación recuerda a lo que ocurre en países como China, en los que una sola decisión basta para convertir un sitio en inaccesible, y se aleja de las concepciones originales de descentralización y ausencia de censura que tenía internet en sus orígenes.
En este sentido, me han parecido muy interesantes las reflexiones del Decentralized Web Summit celebrado en San Francisco entre el 31 de julio y el 2 de agosto con la asistencia, entre otros, de Tim Berners-Lee. Los defensores de la llamada web descentralizada o DWeb proponen construir una web mejor basada en la descentralización, en la que los usuarios puedan comunicarse sin tener que depender de grandes empresas que acumulen sus datos con ánimo de lucro y faciliten, además, las acciones de vigilancia y censura de los gobiernos o de otros agentes. La diferencia estaría en el desarrollo de un protocolo diferente basado en la conectividad punto a punto, en donde cada ordenador no solo solicita servicios, sino que también los proporciona, protocolos que identificarían los contenidos no en función de dónde están, sino de lo que son. Esa orientación al contenido sería similar a los esquemas P2P, y haría posible que los sitios web y los archivos se almacenasen y pasasen de muchas formas de ordenador en ordenador, en lugar de confiar siempre en un solo servidor como el conducto para el intercambio de información.
Una alternativa de este tipo nos volvería a acercar a la idea de una web imposible o mucho más difícil de censurar, gracias a la idea de un control completamente distribuido. El problema, claro está, es que esa misma cualidad tiene aspectos buenos, pero también potencialmente malos, derivados de la dificultad de generar sistemas de gobernanza. Sabiendo como sabemos que la web puede ser explotada y sometida a abuso para fines que van desde la subversión de la democracia hasta la exaltación del odio o de la intolerancia, ¿es conveniente descentralizar para acabar teniendo una estructura que impide prácticamente todo control? El idealismo de los primeros años de la web ha dado paso a un escepticismo que plantea hasta qué punto es conveniente crear estructuras que, en principio, renuncien a todo control, y permitan la expresión sin límites del ser humano, con lo mejor, pero también indudablemente con lo peor que puede llegar a crear.
Técnicamente, es muy posible que una web completamente descentralizada y distribuida pueda llegar a convertirse en realidad, y de hecho, ya hay bastantes aplicaciones y desarrolladores trabajando en ello. Es muy posible que, como ocurre habitualmente con la tecnología, la discusión sobre su idoneidad sea estéril, porque dados los condicionantes adecuados, no sea posible impedir que sea creada. Pero desde un punto de vista filosófico, conociendo las consecuencias de lo que hemos visto surgir en varias décadas de uso de la web… ¿es recomendable? ¿Cómo están evolucionando las ideas libertarias que surgieron tras el inicio de la popularización de la web, ante la aparición de malos actores dispuestos a explotar precisamente su ausencia de control?
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