Un estudio reciente calcula que en en el año 2022, en tan solo unos cinco años, el número de cámaras en el mundo alcanzará los 44 billones. El elemento central de esa fortísima proliferación es fundamentalmente el smartphone, que pasará de las dos o tres cámaras actuales a tener unas trece y ser capaz de mostrar vídeo en 360º y en formato tridimensional, pero también una tendencia a incorporar cámaras en prácticamente todas partes, incluso en una simple bombilla.
Los grandes almacenes utilizarán cámaras desplegadas en toda la tienda para analizar nuestras expresiones faciales, procesarlas e intentar que compremos más cosas. Las ciudades instalarán más cámaras de monitorización a medida que su coste se abarata y su tamaño disminuye, siguiendo una tendencia que comenzó en el Reino Unido y que nos lleva a un momento en el que todo lo que hagamos en la vía pública sea recogido por alguna cámara. Nuestras casas se llenarán de cámaras capaces de identificar a sus ocupantes y actuar de maneras diferentes según se trate de personas o animales domésticos, convertidas en un electrodoméstico más.
Si el hecho de llevar una cámara encima en todo momento en el bolsillo cambió en muchos sentidos nuestros hábitos, ¿qué ocurrirá cuando nos acostumbremos a estar permanentemente rodeados de cámaras en todo momento, y cuando una tendencia como el lifecasting se haya convertido en algo prácticamente habitual para toda una generación? ¿Qué ocurrirá con la legislación de privacidad cuando la proliferación de cámaras en todas partes la convierta en algo inútil, obsoleto y de imposible cumplimiento? Buen momento para volver a ver aquel episodio de Black Mirror…
Un estudio reciente calcula que en en el año 2022, en tan solo unos cinco años, el número de cámaras en el mundo alcanzará los 44 billones. El elemento central de esa fortísima proliferación es fundamentalmente el smartphone, que pasará de las dos o tres cámaras actuales a tener unas trece y ser capaz de mostrar vídeo en 360º y en formato tridimensional, pero también una tendencia a incorporar cámaras en prácticamente todas partes, incluso en una simple bombilla.
Los grandes almacenes utilizarán cámaras desplegadas en toda la tienda para analizar nuestras expresiones faciales, procesarlas e intentar que compremos más cosas. Las ciudades instalarán más cámaras de monitorización a medida que su coste se abarata y su tamaño disminuye, siguiendo una tendencia que comenzó en el Reino Unido y que nos lleva a un momento en el que todo lo que hagamos en la vía pública sea recogido por alguna cámara. Nuestras casas se llenarán de cámaras capaces de identificar a sus ocupantes y actuar de maneras diferentes según se trate de personas o animales domésticos, convertidas en un electrodoméstico más.
Si el hecho de llevar una cámara encima en todo momento en el bolsillo cambió en muchos sentidos nuestros hábitos, ¿qué ocurrirá cuando nos acostumbremos a estar permanentemente rodeados de cámaras en todo momento, y cuando una tendencia como el lifecasting se haya convertido en algo prácticamente habitual para toda una generación? ¿Qué ocurrirá con la legislación de privacidad cuando la proliferación de cámaras en todas partes la convierta en algo inútil, obsoleto y de imposible cumplimiento? Buen momento para volver a ver aquel episodio de Black Mirror…
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