Aunque las noticias y los informes de las ONG nos lleven a pensar que las cosas van a peor, los datos objetivos demuestran que el mundo de hoy en día es un lugar más amable que el que vio crecer a nuestros padres, abuelos y tatarabuelos. En términos generales, vivimos más años, con mayor prosperidad, más seguridad y mejor salud. Y también estamos mejor alimentados.
Superadas las grandes y numerosas hambrunas que asolaron
amplias regiones del planeta durante miles y cientos de años, durante el
siglo XX el avance de la agricultura y la producción de elementos en el
mundo fue manifiesto. Según datos de la FAO, la tasa de desnutrición en el planeta pasó del 47% de la población en 1950 a un 11% en 2016. Incluso en África, el continente más castigado por la pobreza, la desnutrición hoy ronda el 20%.
Se puede decir, pues, que la teoría catastrófica formulada por el reverendo Robert Thomas Malthus en el siglo XVIII no
ha llegado a hacerse realidad. Recordemos que este clérigo anglicano y
erudito del sur de Londres estaba convencido de que el tamaño de la
población siempre crecería mucho más que la producción agrícola. En sus
cálculos, mientras el primer factor se multiplicaba en tasas
exponenciales (pasando de 2 a 4 y de 4 a 8, y así sucesivamente), la
producción de alimentos sólo avanzaba de forma lineal (de 2 a 3, de 3 a
4). Una diferencia que iba a perpetuar y extender el hambre. Pero los
avances posteriores de la agricultura, unidos al control de la
natalidad, han echado por tierra estos malos presagios.
A pesar de todo, el problema persiste
En
cualquier caso, no conviene dormirse en los laureles. El problema del
hambre, aunque se haya reducido mucho con respecto a décadas y siglos
anteriores, sigue sin resolverse del todo. Continúa habiendo mucha población con necesidades básicas de nutrición y la tecnología aplicada al sector primario tendrá que seguir evolucionando para resolver el problema definitivamente.
En 2015, la ONU publicaba la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. En ese documento se establecía la necesidad de acabar con el hambre en el mundo en dicho año. Sin embargo, a pesar de los avances, ese objetivo sigue estando lejos. Hay 800 millones de personas (algo más de un 10% del total) que sufren este problema y 2.000 millones que tienen deficiencia de micronutrientes.
Un informe de la consultora global Oliver Wyman, Agriculture 4.0: The Future of Farming Technology, calcula que en las próximas décadas la población mundial crecerá alrededor de un 33%.
Lo que supondrá que en 2050 habrá unos 10.000 millones de personas
repartidas por todo el globo. Para satisfacer la demanda futura de
alimentos y nutrientes, la FAO asegura que la producción deberá aumentar un 70% con respecto a hoy en día.
El efecto del cambio climático y la degradación de los campos
El sector agrícola, así como los políticos locales y dirigentes
mundiales, tienen varios retos que afrontar. Según Oliver Wyman, una cuarta parte de los campos de cultivo están degradados por malas prácticas como la deforestación o períodos de barbecho inadecuados. También conviene tener en cuenta el cambio climático,
puesto que las continuas variaciones de las precipitaciones, unidas a
largos periodos de sequía, disminuyen el rendimiento de los cultivos.
Y, por último, está el problema de desaprovechamiento de la comida existente. Producimos demasiados desperdicios.
Se estima que entre el 33% y el 50% de los alimentos que se producen se
acaban tirando, mientras millones de personas se van a dormir con el
estómago vacío o a medias.
Para cumplir la agenda de la ONU de hambre cero en 2030, el sector agrícola tendrá que acelerar su innovación, sacando más provecho de las técnicas ya existentes e introduciendo otras nuevas. Según los datos que aporta Oliver Wyman, la producción agrícola solo ha crecido un 3% en la última década. La buena noticia es que hay un auge de start ups alrededor del sector agropecuario. Se está configurando lo que los expertos llaman la agricultura 4.0, donde la digitalización es un aspecto capital.
La agricultura 4.0 pretende producir de manera distinta a lo que se viene haciendo con técnicas alternativas. Una de ellas son las plantaciones hidropónicas, que consiste en cultivar plantas usando disoluciones minerales en vez de suelo agrícola.
Y es que el suelo en sí no es imprescindible en la agricultura, sino
los nutrientes que aporta, que en este caso se incorporan al agua de
riego o de huertos marinos situados en zonas costeras.
Otras vías para producir más alimentos son el cultivo de algas y hierbas marinas que puedan servir como sustitutivo de otros alimentos, el
trabajo de tierras desérticas y el uso del agua marina para el regadío.
No hay que olvidar que la mayor parte de la superficie del planeta está
compuesta por agua salada y, en cuanto a la tierra se refiere, un
tercio se compone de desiertos de todo tipo. Se trata, pues, de idear
tecnología para aprovechar todos los recursos al alcance de la mano.
Otra buena idea son los huertos verticales,
que utilizan un 95% menos de agua que las plantaciones tradicionales.
Sirven para el cultivo de alimentos en zonas donde el suelo no es
adecuado. Además, conviene prestar atención a la impresión de comida en 3D, que puede hacer más apetecible platos que en principio no lo son y, por tanto, evitar el desperdicio.
Además, los expertos creen que las impresoras que utilizan
hidrocoloides (sustancias que forman geles con agua) podrían utilizarse
para reemplazar los ingredientes básicos de los alimentos con algas o
hierbas.
Nanocápsulas para racionalizar el uso de pesticidas
Hay
muchas tecnologías que pueden hacer realidad la agricultura 4.0. Los
drones, por ejemplo, ya permiten el control de los campos y la
plantación de semillas, y en el futuro podrían incluso llevar a cabo la polinización que hacen posible las abejas. Los sensores IoT también facilitan ese control. Además, la nanotecnología podría racionalizar el uso de fertilizantes y pesticidas
gracias a unas nanocápsulas que llevarían las cantidades estrictamente
necesarias para las plantas, reduciendo así el daño que estos puedan
causar.
El informe de Oliver Wyman confía en el poder de la tecnología
para incrementar la producción de alimentos a nivel mundial, pero
también avisa de que será clave que se involucren los políticos.
A los gobiernos les pide, por ejemplo, reducir la dependencia de las
importaciones y fomentar la producción local. Y, por supuesto, les
aconseja un apoyo decidido a los innovadores que hagan de su vida una
carrera por mejorar la eficacia de los cultivos. El objetivo es loable: acabar con la lacra vergonzosa del hambre por primera vez en la historia.
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Aunque las noticias y los informes de las ONG nos lleven a pensar que las cosas van a peor, los datos objetivos demuestran que el mundo de hoy en día es un lugar más amable que el que vio crecer a nuestros padres, abuelos y tatarabuelos. En términos generales, vivimos más años, con mayor prosperidad, más seguridad y mejor salud. Y también estamos mejor alimentados.
Superadas las grandes y numerosas hambrunas que asolaron amplias regiones del planeta durante miles y cientos de años, durante el siglo XX el avance de la agricultura y la producción de elementos en el mundo fue manifiesto. Según datos de la FAO, la tasa de desnutrición en el planeta pasó del 47% de la población en 1950 a un 11% en 2016. Incluso en África, el continente más castigado por la pobreza, la desnutrición hoy ronda el 20%.
Se puede decir, pues, que la teoría catastrófica formulada por el reverendo Robert Thomas Malthus en el siglo XVIII no ha llegado a hacerse realidad. Recordemos que este clérigo anglicano y erudito del sur de Londres estaba convencido de que el tamaño de la población siempre crecería mucho más que la producción agrícola. En sus cálculos, mientras el primer factor se multiplicaba en tasas exponenciales (pasando de 2 a 4 y de 4 a 8, y así sucesivamente), la producción de alimentos sólo avanzaba de forma lineal (de 2 a 3, de 3 a 4). Una diferencia que iba a perpetuar y extender el hambre. Pero los avances posteriores de la agricultura, unidos al control de la natalidad, han echado por tierra estos malos presagios.
A pesar de todo, el problema persiste
En cualquier caso, no conviene dormirse en los laureles. El problema del hambre, aunque se haya reducido mucho con respecto a décadas y siglos anteriores, sigue sin resolverse del todo. Continúa habiendo mucha población con necesidades básicas de nutrición y la tecnología aplicada al sector primario tendrá que seguir evolucionando para resolver el problema definitivamente.
En 2015, la ONU publicaba la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. En ese documento se establecía la necesidad de acabar con el hambre en el mundo en dicho año. Sin embargo, a pesar de los avances, ese objetivo sigue estando lejos. Hay 800 millones de personas (algo más de un 10% del total) que sufren este problema y 2.000 millones que tienen deficiencia de micronutrientes.
Un informe de la consultora global Oliver Wyman, Agriculture 4.0: The Future of Farming Technology, calcula que en las próximas décadas la población mundial crecerá alrededor de un 33%. Lo que supondrá que en 2050 habrá unos 10.000 millones de personas repartidas por todo el globo. Para satisfacer la demanda futura de alimentos y nutrientes, la FAO asegura que la producción deberá aumentar un 70% con respecto a hoy en día.
El efecto del cambio climático y la degradación de los campos
El sector agrícola, así como los políticos locales y dirigentes mundiales, tienen varios retos que afrontar. Según Oliver Wyman, una cuarta parte de los campos de cultivo están degradados por malas prácticas como la deforestación o períodos de barbecho inadecuados. También conviene tener en cuenta el cambio climático, puesto que las continuas variaciones de las precipitaciones, unidas a largos periodos de sequía, disminuyen el rendimiento de los cultivos.
Y, por último, está el problema de desaprovechamiento de la comida existente. Producimos demasiados desperdicios. Se estima que entre el 33% y el 50% de los alimentos que se producen se acaban tirando, mientras millones de personas se van a dormir con el estómago vacío o a medias.
Para cumplir la agenda de la ONU de hambre cero en 2030, el sector agrícola tendrá que acelerar su innovación, sacando más provecho de las técnicas ya existentes e introduciendo otras nuevas. Según los datos que aporta Oliver Wyman, la producción agrícola solo ha crecido un 3% en la última década. La buena noticia es que hay un auge de start ups alrededor del sector agropecuario. Se está configurando lo que los expertos llaman la agricultura 4.0, donde la digitalización es un aspecto capital.
La agricultura 4.0 pretende producir de manera distinta a lo que se viene haciendo con técnicas alternativas. Una de ellas son las plantaciones hidropónicas, que consiste en cultivar plantas usando disoluciones minerales en vez de suelo agrícola. Y es que el suelo en sí no es imprescindible en la agricultura, sino los nutrientes que aporta, que en este caso se incorporan al agua de riego o de huertos marinos situados en zonas costeras.
Otras vías para producir más alimentos son el cultivo de algas y hierbas marinas que puedan servir como sustitutivo de otros alimentos, el trabajo de tierras desérticas y el uso del agua marina para el regadío. No hay que olvidar que la mayor parte de la superficie del planeta está compuesta por agua salada y, en cuanto a la tierra se refiere, un tercio se compone de desiertos de todo tipo. Se trata, pues, de idear tecnología para aprovechar todos los recursos al alcance de la mano.
Otra buena idea son los huertos verticales, que utilizan un 95% menos de agua que las plantaciones tradicionales. Sirven para el cultivo de alimentos en zonas donde el suelo no es adecuado. Además, conviene prestar atención a la impresión de comida en 3D, que puede hacer más apetecible platos que en principio no lo son y, por tanto, evitar el desperdicio. Además, los expertos creen que las impresoras que utilizan hidrocoloides (sustancias que forman geles con agua) podrían utilizarse para reemplazar los ingredientes básicos de los alimentos con algas o hierbas.
Nanocápsulas para racionalizar el uso de pesticidas
Hay muchas tecnologías que pueden hacer realidad la agricultura 4.0. Los drones, por ejemplo, ya permiten el control de los campos y la plantación de semillas, y en el futuro podrían incluso llevar a cabo la polinización que hacen posible las abejas. Los sensores IoT también facilitan ese control. Además, la nanotecnología podría racionalizar el uso de fertilizantes y pesticidas gracias a unas nanocápsulas que llevarían las cantidades estrictamente necesarias para las plantas, reduciendo así el daño que estos puedan causar.
El informe de Oliver Wyman confía en el poder de la tecnología para incrementar la producción de alimentos a nivel mundial, pero también avisa de que será clave que se involucren los políticos. A los gobiernos les pide, por ejemplo, reducir la dependencia de las importaciones y fomentar la producción local. Y, por supuesto, les aconseja un apoyo decidido a los innovadores que hagan de su vida una carrera por mejorar la eficacia de los cultivos. El objetivo es loable: acabar con la lacra vergonzosa del hambre por primera vez en la historia.
Imágenes | iStock.com/Chiradech / Stas_V / MariusLtu / PhillipMinnis
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