Hace años se hablaba de sobrecarga informativa. Hoy hablamos ya de infoxicación o infobesidad (u obesos mentales, como dice Antonio Rodríguez de las Heras).
Los medios de comunicación de masas, primero, y las redes sociales,
después, nos han llevado a un mundo de consumo de información cada vez
más rápida y superficial. A entrar en ciclos infinitos de noticias por capítulos que no acaban nunca. A convertirnos en adictos a la información de baja calidad. Y parece que el riesgo de sobredosis es real.
La invención de la imprenta lo cambió todo. De repente, el saber era
accesible más allá de las paredes entre las que se encerraban los
manuscritos. Poco a poco, el mundo cambió de la mano del acceso a la
información. Los libros dieron paso a los periódicos y los tiempos de
consumo de información se aceleraron. Luego, en un abrir y cerrar de ojos, llegaron la radio, la televisión e internet. Y entonces pensamos que tener más información nos haría más sabios.
¿Nos equivocamos? Quizá sea pronto para decirlo. Nos falta
perspectiva para juzgar el mundo que han creado las redes sociales. Sin
embargo, cada vez más estudios señalan que producimos más información de
la que podemos consumir y que tenemos especial predilección por las
noticias superficiales, cortas y de baja calidad. Un hueco en el que
además han anidado el clickbait y las fake news.
Un empacho de tuits
Fue en las páginas de un libro de papel cuando se nombró por primera vez lo de la sobrecarga informativa. En ‘Future Shock’,
publicado por Alvin Toffler en 1984, se habla de qué sucede cuando el
cerebro humano recibe más información de la que puede procesar. Se
habla, básicamente, de los límites del cerebro humano.
Con la llegada de las redes sociales y la explosión de medios de
comunicación, blogs y otras plataformas informativas en internet, estos
límites se han puesto a prueba.
En el paper‘Quantifying Information Overload in Social Media andits Impact on Social Contagions’,
investigadores del Instituto Max Plank analizan la sobrecarga
informativa que se produce en Twitter. Para su trabajo, analizaron 52
millones de perfiles de usuarios, 1.900 millones de enlaces compartidos y
1.700 millones de tuits. Aunque el periodo analizado es de 2009 (en la
tierna infancia de Twitter), las conclusiones de su investigación son
interesantes:
Existe un límite de producción de información. Los autores del paper lo sitúan en un máximo de 40 tuits al día por usuario.
Y no hay un límite de recepción de información. Aunque la forma en que el algoritmo de Twitter gestiona el timeline
de cada usuario ha cambiado desde entonces, el estudio señala que la
variedad y cantidad de información disponible aumenta de forma lineal a
medida que se siguen más usuarios.
Hay un punto de saturación. Hasta los 30 tuits por
hora, la tasa de interacción de los usuarios es constante. Es decir,
procesan sin problemas la información recibida. A partir de ese punto,
la interacción disminuye gradualmente.
Además, los usuarios no saturados procesan y reenvían la información con mayor velocidad que los saturados.
Las preocupaciones y el síndrome FOMO
“En esta era de sobrecarga informativa, la vida puede llenarse con información irrelevante o innecesaria en un instante”, sostiene el escritor norteamericano James Clear, especializado en temas de management y gestión del tiempo.
“Muy pronto, estaremos iniciando sesión en Facebook solo por temor a
perdernos algo. Revisando las noticias o conectando la CNN, no porque
nos importe un tema en particular, sino simplemente por costumbre”.
Ese miedo a perderse algo es real. Ha sido bautizado como FOMO (del inglés fear of missing out) y se considera ya una patología psicológica. Es una forma de ansiedad social
que se ha visto potenciada por la tendencia a vivir a través de las
redes sociales. Y se calcula que más de la mitad de los usuarios de
estas plataformas sufre de FOMO en mayor o menor grado.
Para James Clear, el debate debe ir más allá. ¿Hasta qué punto es beneficioso seguir el minuto a minuto de la actualidad?
¿Vamos a estar más o menos informados que si, por ejemplo, consultamos
qué ha pasado al día siguiente o una semana después? ¿Sabemos más sobre
algo si leemos 10 noticias cortas en el día del suceso o una pieza de
análisis más adelante? Quizá ese torrente de tuits, de noticias breves,
de infotainment no sea lo que necesitemos.
A nivel psicológico, Clear conecta esta tendencia de consumo con la teoría del círculo de control y el círculo de preocupaciones.
Este último engloba todas las cosas que nos hacen consumir tiempo y
energía, sobre las cuales no tenemos capacidad de influencia. Es decir,
el enfado por lo que alguien ha publicado en Twitter, la preocupación
por las críticas o el arrepentimiento por decisiones pasadas. Y, claro,
la mayoría de historias de inmediata actualidad.
Llegados a este punto, se hace necesario aclarar que la información es útil y necesaria. Que una sociedad más informada es capaz de tomar mejores decisiones. Para ello, el buen periodismo es esencial.
Pero una sociedad saturada estará aletargada por su adicción. Solo
buscará más información de fácil consumo y evitará procesarla y
reflexionar sobre ella. Es ahí donde reside el riesgo de sobredosis.
Una dieta info-detox
Un médico dice que tenemos sobrepeso, que existe un riesgo para
nuestra salud. ¿Solución? Una dieta. De momento, no existe un
diagnóstico claro para la obesidad informativa, pero parece claro que
nuestro cerebro tiene un límite. “La sobrecarga informativa nos pone de mal humor, distraídos e ineficaces, nos satura intelectual y emocionalmente”, sostiene la escritora Ephrat Livni en un artículo publicado en ‘Quartz’.
Para encontrar una salida a este laberinto sobreinformado, se ha empezado a hablar de desintoxicación digital
o informativa. O info-detox, copiando el término de las dietas detox,
tan populares como ineficaces. El remedio pasa por ponerse límites.
Pueden ser restricciones de uso de redes sociales o de tecnología,
descansos más prolongados e, incluso, votos de silencio comunicativo
para los casos más extremos.
Al final, todo pasa por eliminar el ruido que nos rodea y que no nos deja centrarnos en lo que realmente debería ocupar nuestro tiempo. Pararse un momento a pensar a dónde nos lleva el consumo descontrolado, en este caso, de información (pero también de energía o de plásticos). Ser consciente de que la información puede ser adictiva y que los riesgos son reales.
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Hace años se hablaba de sobrecarga informativa. Hoy hablamos ya de infoxicación o infobesidad (u obesos mentales, como dice Antonio Rodríguez de las Heras). Los medios de comunicación de masas, primero, y las redes sociales, después, nos han llevado a un mundo de consumo de información cada vez más rápida y superficial. A entrar en ciclos infinitos de noticias por capítulos que no acaban nunca. A convertirnos en adictos a la información de baja calidad. Y parece que el riesgo de sobredosis es real.
La invención de la imprenta lo cambió todo. De repente, el saber era accesible más allá de las paredes entre las que se encerraban los manuscritos. Poco a poco, el mundo cambió de la mano del acceso a la información. Los libros dieron paso a los periódicos y los tiempos de consumo de información se aceleraron. Luego, en un abrir y cerrar de ojos, llegaron la radio, la televisión e internet. Y entonces pensamos que tener más información nos haría más sabios.
¿Nos equivocamos? Quizá sea pronto para decirlo. Nos falta perspectiva para juzgar el mundo que han creado las redes sociales. Sin embargo, cada vez más estudios señalan que producimos más información de la que podemos consumir y que tenemos especial predilección por las noticias superficiales, cortas y de baja calidad. Un hueco en el que además han anidado el clickbait y las fake news.
Un empacho de tuits
Fue en las páginas de un libro de papel cuando se nombró por primera vez lo de la sobrecarga informativa. En ‘Future Shock’, publicado por Alvin Toffler en 1984, se habla de qué sucede cuando el cerebro humano recibe más información de la que puede procesar. Se habla, básicamente, de los límites del cerebro humano. Con la llegada de las redes sociales y la explosión de medios de comunicación, blogs y otras plataformas informativas en internet, estos límites se han puesto a prueba.
En el paper ‘Quantifying Information Overload in Social Media andits Impact on Social Contagions’, investigadores del Instituto Max Plank analizan la sobrecarga informativa que se produce en Twitter. Para su trabajo, analizaron 52 millones de perfiles de usuarios, 1.900 millones de enlaces compartidos y 1.700 millones de tuits. Aunque el periodo analizado es de 2009 (en la tierna infancia de Twitter), las conclusiones de su investigación son interesantes:
Las preocupaciones y el síndrome FOMO
“En esta era de sobrecarga informativa, la vida puede llenarse con información irrelevante o innecesaria en un instante”, sostiene el escritor norteamericano James Clear, especializado en temas de management y gestión del tiempo. “Muy pronto, estaremos iniciando sesión en Facebook solo por temor a perdernos algo. Revisando las noticias o conectando la CNN, no porque nos importe un tema en particular, sino simplemente por costumbre”.
Ese miedo a perderse algo es real. Ha sido bautizado como FOMO (del inglés fear of missing out) y se considera ya una patología psicológica. Es una forma de ansiedad social que se ha visto potenciada por la tendencia a vivir a través de las redes sociales. Y se calcula que más de la mitad de los usuarios de estas plataformas sufre de FOMO en mayor o menor grado.
Para James Clear, el debate debe ir más allá. ¿Hasta qué punto es beneficioso seguir el minuto a minuto de la actualidad? ¿Vamos a estar más o menos informados que si, por ejemplo, consultamos qué ha pasado al día siguiente o una semana después? ¿Sabemos más sobre algo si leemos 10 noticias cortas en el día del suceso o una pieza de análisis más adelante? Quizá ese torrente de tuits, de noticias breves, de infotainment no sea lo que necesitemos.
A nivel psicológico, Clear conecta esta tendencia de consumo con la teoría del círculo de control y el círculo de preocupaciones. Este último engloba todas las cosas que nos hacen consumir tiempo y energía, sobre las cuales no tenemos capacidad de influencia. Es decir, el enfado por lo que alguien ha publicado en Twitter, la preocupación por las críticas o el arrepentimiento por decisiones pasadas. Y, claro, la mayoría de historias de inmediata actualidad.
Llegados a este punto, se hace necesario aclarar que la información es útil y necesaria. Que una sociedad más informada es capaz de tomar mejores decisiones. Para ello, el buen periodismo es esencial. Pero una sociedad saturada estará aletargada por su adicción. Solo buscará más información de fácil consumo y evitará procesarla y reflexionar sobre ella. Es ahí donde reside el riesgo de sobredosis.
Una dieta info-detox
Un médico dice que tenemos sobrepeso, que existe un riesgo para nuestra salud. ¿Solución? Una dieta. De momento, no existe un diagnóstico claro para la obesidad informativa, pero parece claro que nuestro cerebro tiene un límite. “La sobrecarga informativa nos pone de mal humor, distraídos e ineficaces, nos satura intelectual y emocionalmente”, sostiene la escritora Ephrat Livni en un artículo publicado en ‘Quartz’.
Para encontrar una salida a este laberinto sobreinformado, se ha empezado a hablar de desintoxicación digital o informativa. O info-detox, copiando el término de las dietas detox, tan populares como ineficaces. El remedio pasa por ponerse límites. Pueden ser restricciones de uso de redes sociales o de tecnología, descansos más prolongados e, incluso, votos de silencio comunicativo para los casos más extremos.
Al final, todo pasa por eliminar el ruido que nos rodea y que no nos deja centrarnos en lo que realmente debería ocupar nuestro tiempo. Pararse un momento a pensar a dónde nos lleva el consumo descontrolado, en este caso, de información (pero también de energía o de plásticos). Ser consciente de que la información puede ser adictiva y que los riesgos son reales.
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