Este sector comercial continúa repitiendo el mantra de que el monopolio del copyright es, de alguna forma, necesario. Los Commons prueban que no es así.Este sector comercial continúa repitiendo el mantra de que el monopolio del copyright es, de alguna forma, necesario. Los Commons prueban que no es así.La industria del copyright le ha asegurado a los políticos, durante un largo tiempo, que el monopolio sobre los derechos de autor es necesario para la creación de la cultura. Esto se ha repetido, hasta llegar al punto que los políticos creen este sinsentido. Esta mentira se puede dividir en dos partes.
La primera falsedad es que los autores o inventores deben recibir un pago para que creen algo. Esta mentira es bastante obscena, si se tiene en cuenta que viene de una industria que deliberadamente ha creado estructuras que aseguran que el 99,99% de los músicos jamás vean un solo centavo en regalías: 99% de los músicos nunca firman un contrato con una disquera, y 99% de quienes sí lo hacen no perciben dinero de las regalías.
Así que resulta obsceno afirmar que para crear cultura hay que pagarcuando la misma industria se asegura de que uno de cada 1.000 artistas reciba dinero por su arte.
La segunda mentira es que la única forma de que un artista reciba dinero es darle a la industria del derecho de autor un monopolio privado, autorizado por el Estado, que resulta más relevante que cualquier tipo de innovación, tecnología o libertades civiles. Esto es igualmente obsceno: las investigaciones sobre el tema muestran que los artistas hacen más dinero desde el advenimiento de la práctica de compartir archivos. Lo que ha bajado son las ventas de las copias de los trabajos.
El hecho de que los intermediarios (parásitos) hayan recibido un golpe es la mejor noticia para los artistas, que ahora reciben una porción de la torta mucho más grande. Claro, la industria del copyright, el intermediario en cuestión, insiste en pretender que sus intereses están alineados con el artista, algo que nunca sucedió.
Entonces, al aceptar estas mentiras combinadas, los políticos han permitido este monopolio privado, bajo la creencia de que es necesario para que la cultura exista en la sociedad.
Por cierto, parte de los hallazgos arqueológicos siempre suele incluir expresiones culturales. Como especie, creamos porque no podemos existir en sociedad sin expresarnos culturalmente, porque estamos conectados de esa forma, no por la existencia de un dañino monopolio.
¿Qué podría servir como prueba de que estas mentiras son, en efecto, mentiras? Creative Commons.
En la forma como se ha construido Creative Commons, el poder de este monopolio está en manos de los autores, y no en las de un intermediario. Lo interesante acá es que, una vez se hace esto, millones de creadores renuncian a su monopolio otorgado a priori por varias razones: porque así hacen más dinero, porque prefieren crear cultura de esa forma o porque les parece que es lo correcto, moralmente hablando.
Una vez se entiende que los mismos creadores están renunciando a este monopolio, la red de mentiras colapsa. La organización de Creative Commons estima que más de 1.000 millones de piezas de arte han sido licenciadas bajo este esquema.
Ahora, uno podría argumentar que ciertas expresiones culturales no existirían sin el monopolio. Es fácil probar lo contrario. Por ejemplo, la mayoría de las películas con presupuestos multimillonarios recuperan su inversión en el primer fin de semana de estreno, mucho antes de que haya copias digitales en los torrents.
¿Por qué bloquear ciertas formas de cultura con un dañino monopolio cuando las expresiones culturales siempre han evolucionado con la humanidad?
*Fundador y exdirector del Partido Pirata en Suecia. Esta columna apareció inicialmente en el sitio TorrentFreak.
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